Tras una jornada de viaje por carretera, el 28 de noviembre llegamos a Chiang Khong, al lado de la frontera con Laos y lugar donde pasamos la noche tras bebernos unas birras y unos cuantos brebajes hechos con whisky y té, a los que nos habían invitado unas lugareñas simpáticas que conocimos. Pam y Pú, o algo así, eran sus nombres.
Por la mañana, y con un poco de resaca, cogimos una furgoneta (minibus) hasta las orillas del Mekong y una barquichuela estrecha y larga nos cruzó el río hasta el puesto fronterizo al otro lado. Después de haber leído lo largo que es este río, me sorprendió que apenas tuviera doscientos metros de ancho en aquel tramo. Agua del color de la tierra y corriente relativamente suave.
Ya me habían avisado en Escocia del jaleo que suponía cruzar fronteras en el sureste asiático, así que no me pilló del todo de sorpresa lo de tener que esperar tanto para que me devolvieran el pasaporte, o lo de tener que cambiar pasta a dólares americanos antes de llegar al puesto de inmigración para pagar el visado. Por algún motivo, nos dijeron que sale notablemente más barato si se paga con dólares que si se paga con Bahts, que es la moneda de Tailandia.
Tras varias horas de espera subimos al barco, que era largo y estrecho con bancos de madera dispuestos en filas laterales dejando un pasillo estrecho en el centro. Estaba ya petado de peña, algunos pasajeros sentados en los bancos y otros en el suelo. Así que como prácticamente no había sitios libres, avanzamos desde la proa hasta una especie de habitación que había en la parte posterior donde se encontraba el motor. Detrás del motor estaba almacenado el equipaje y había unas esterillas en el suelo y bastante espacio para tumbarse junto a algunos lugareños y parte de la tripulación. Al otro lado del habitáculo, una puerta daba a la popa del barco, donde había una especie de cocina.
Nos acoplamos en el suelo al lado de las mochilas y esperamos a que saliera el barco. Una de las ventajas que tiene viajar en barco o en tren respecto a hacerlo en autobús es que no tienes que estár confinado a tu asiento durante la mayoría del trayecto, así que poco después de que el motor empezara a rugir y convirtiera lo que había parecido ser la habitación de la siesta en la habitación del ruido, me puse en pié y me dí un vuelta por el barco. Después, a la popa a echar un cigarrito.
Allí había dos mujeres moviendo cachivaches y un individuo de mediana edad y un poco más bajo que yo mirando por la borda. Tenía rasgos faciales muy marcados, casi primitivos, de los que te hacen recordar al instante lo variado que en realidad es el género humano. Había cierto toque de ingenuidad infantil en su mirada y su aptitud transmitía tranquilidad. Sonrió afablemente y continuó mirando al río. Cuando me encendí el cigarro el tipo me miró como si no hubiera visto tabaco de liar durante años, así que le ofrecí tabaco y papel. Aunque creo que no entendió la parte de inglés de mi mensaje, entendió el gesto, sonrió y cogió el tabaco.
Yo había supuesto que, siendo los cigarrillos liados manualmente más tradicionales que los de fábrica, y siendo la cultura del menda, su forma de vida y su aspecto más tradicionales que los míos, el pibe sabría liarse un cigarro, aparte de la seguridad con la que aceptó el tabaco y el papel, pero cuando ví la forma en la que intentaba enrollarlo me sorprendí tanto que me tuve que reír. Cuando tenía el tabaco en el papel trataba de rularlo contra el suelo presionando con la palma de la mano. Lo hizo varias veces sin éxito, pero insistiendo consiguió empaquetar el tabaco en una especie de cigarro deforme, roto e infumable.
Tal vez me había mirado sorprendido al ver el cigarro liado a mano, no porque hiciera mucho que no lo veía, sino porque no lo había visto antes, y cuando le ofrecí, aceptó por cortesía. No sé. El caso es que al final cogí un papel nuevo, lié el cigarro y se lo dí. La comunicación verbal era prácticamente imposible, pero aún así me cayó bien.
El paisaje que me ofrecía el río en esos primero kilómetros no me estaba sorprendiendo mucho, así que pasé a la habitación del ruido. Esther parecía dormida entre el montón de mochilas y yo me tumbé cerca de ella. No parecía fácil dormir entre la vibración y el ruido del motor, pero aún así creo que sobé un rato.
Cuando desperté, había más gente durmiendo en las esterillas. Pegados a mi lado izquierdo, una mujer con su hijo pequeño abrazado a ella, ambos durmiendo. A mi derecha, Esther y el montón de mochilas. Yo me levanté y salí a la popa del barco de nuevo y entonces sí que me gustó el panorama que me ofrecía el río.
Nos habíamos alejado de la zona fronteriza y las poblaciones correspondientes, y los alrededores del Mekong se habían vuelto frondosos y selváticos. El balcón de la popa me enseñaba un entorno que podía haber estado igual durante siglos. Me ofrecía la sensación de estar adentrándome en un terreno alejado de la civilización. Cada segundo que pasaba yo me encontraba lo más al este que jamás había estado y sabía que mucho de lo que me rodeaba es territorio prácticamente virgen en el siglo veintiuno.
No era sólo lo que se veía a primera vista, ni el río en sí, sino lo que había más allá de sus orillas. Muchos kilómetros cuadrados de selva sin vías de comunicación. Me resulta reconfortante saber que en Laos aún existen selvas inmaculadas cuyo acceso está realmente restringido por su espesura.
El barco avanzaba lentamente sobre la corriente mientras exuberantes formas vegetales se dejaban ver a ambos lados. Arboles que parecían auténticas esculturas creadas con una consciencia estética. Colinas y montañas completamente cubiertas de verde que asomaban por encima de los árboles en un segundo plano. En ocasiones imaginaba estar en alguna de esas cimas y mirar hacia el lado opuesto al río. ¿Qué se vería desde allí? sólo selva, supongo. Cogí mi cámara e hice algunas fotos.
Agua, sus corrientes y reflejos; luces y sombras en la vegetación; cielo, nubes y sol; rocas de diferentes formas saliendo del agua; montes atestados de bosque. Entre tanto elemento natural, cada cierto tiempo veías algo cuyo origen era humano y entonces recordabas que en realidad estabas recorriendo la autopista de la zona. Podía ser una bolla hecha con botellas de plástico indicando una zona poco profunda del río, una red de pescador, un pescador en su pintoresca barquichuela o incluso un poblado de bambú a las orillas.
El barco avanzó durante horas sin que mucho cambiara del panorama exterior. Más selva, más curvas en el río más personajes en barquichuelas y más cabañas de bambú conforme nos íbamos acercando al pueblo donde pasaríamos la primera noche del recorrido por el río: Pak Beng.
Esther se fue a la parte delantera porque decía que estaba harta del ruido del motor. La verdad es que unas seis horas en una habitación donde tienes que gritar para entenderte puede ser atronador. Yo alterné visitas aquí y allá. En la parte delantera del barco había unos cuantos turistas europeos, americanos y australianos, algunos de ellos privando y haciendo un poco el notas, y en cierto sentido me parecía menos ruidosa la parte del motor y la cocina, aunque no fuera así si se hubiera medido en decibelios.
Poco después de ponerse el sol pero aún con luz en el cielo, llegamos al pueblo. El barco paró en un puertecillo junto a otros barcos similares y salimos pasando con las mochilas sobre un madero colocado entre la proa del barco y la tierra de la orilla.
El pueblo consistía prácticamente en una calle y para ser tan pequeño, parecía tener cierta afluencia turística puesto que había numerosas posadas y hostales. De hecho había niños y jóvenes del pueblo a la salida del barco ofreciéndote habitación en este o aquél hostal. Pillamos uno básico de unos dos euros por cabeza.
A la mañana siguiente fuímos al embarcadero sobre las ocho y media, que era la hora a la que se suponía que saldríamos y nos indicaron subir a un barco más pequeño que el del día anterior en el que también había menos gente. Pillamos un buen sitio en la parte delantera y esperamos a que zarpara. Ahí empezamos a comprobar cómo funcionan los horarios de transportes en Laos. Parece ser que el motor estaba jodido, pero en lugar de comprobarlo o arreglarlo antes, lo empezó a arreglar un menda cuando estaban los pasajeros a bordo. Cerca de una hora y media después salimos hacia el este de nuevo.
Poco a poco, los asentamientos humanos se fueron haciendo más y más dispersos hasta que de nuevo, sólo estaba el barco, el río y la selva alrededor. Bello escenario durante horas. A veces me quedaba observándolo durante largos ratos y a veces visitaba diferentes partes de la embarcación, salía por fuera u observaba el funcionamiento del motor. También estuve jugando al Mús con Esther, que aunque entre dos no mola tanto, mi intención es enseñarla a jugar por lo que pueda pasar. Ya se sabe, al fin y al cabo el Mús es cultura.
En el último tramo del trayecto, antes de llegar a Luang Prabang ya se empezaba a apreciar la influencia humana en el río y sus alrededores. Más pescadores, más barcas y más cabañas. Algunas calvas en los bosques cercanos a los poblados, huertos cerca de la orilla y alguna que otra botella de plástico flotando. Parece que el hombre, aún en pequeños asentamientos no le viene del todo bien al entorno. Por supuesto no es el impacto producido por una ciudad, pero parece una regla: a más gente, más necesidad económica y más explotación del entorno. Tal vez seamos el cáncer irremediable del planeta, no lo sé.
Leí que cerca del 85 por ciento del territorio de Laos está cubierto por vegetación, lo cual me pareció un tesoro. Pero no me refiero a un tesoro en su acepción económica como algo provechoso que no tiene dueño y de lo que uno se puede beneficiar de una forma monetaria, sino a un auténtico tesoro de vida y diversidad natural. Sin embargo, no sé si la máquina de la economía entiende la diferencia, ni si Laos seguirá estando entre los veinte países más "pobres" del mundo por mucho tiempo, pero parece ser que a tiempo que el país ha tenido un crecimiento económico notable durante los últimos años en comparación con otros países asiáticos, la deforestación ha empezado a aparecer seriamente. Bueno, al menos, el país cuenta con un sistema de espacios protegidos que abarca cerca del veinte por ciento de su territorio, lo cual no está mal.
Después de estas consideraciones medioambientales y de un Post bastante largo, voy a ver si subo unas cuantas imágenes de las recogidas en el Mekong. Agradecimientos sinceros a quien haya leído esto, si es que lo ha leído alguien, por aguantarlo como yo aguanté el ruido del motor durante horas.
Arboles-cogollo |
La cocina del barco (y Esther durmiendo sobre las mochilas) |
La cocina del barco 2 |
Siestas a bordo |
Vegetation by the Mekong 1 |
Vegetation by the Mekong 2 |
Motor del barco |
Los del río |
A nuestras espaldas |
Río, piedras y vegetación |
Orilla selvática |
Poblacho |
El barco |
Budistas en la costa |
Budistas en la costa 2 |
¡Qué sueño da este curro! |
La 484 del Mekong |
Atravesando un remanso (desde el tejado del barco) |
Pescador |
Antes de llegar a Luang Prabang (donde el río va hacia el oeste unos kilómetros) |
Habitante del río |
Muy bonitas y ciertas tus palabras Javi. Las fotos son una pasada. ¡Me encanta tu blog! y viajar a tu lado para confirmar que es indudable lo que escribes aquí. ;) -.Esther.-
ReplyDeleteTotalmente de acuerdo. Bellas imágenes que acompañan a bellas palabras. No es un suplicio leerte, así que, no hay nada que agradecer...
ReplyDeleteMe encantan las fotos. Una que se llama "el barco", me parece preciosa. Pero para uno de Lega, esa foto llamada "la 484 del Mekong" nos llega al alma... :)
Ciao pescao!!
ReplyDeleteQue callao te tenias este ricon tan majeton e interesante,eh pichon?! Que envidia! y yo aqui pasando mas frio q un tonto!!
Una alegria hablar con usted el otro dia.
Una lata del liquido negro recien abierta a tu salud.
Un saludo de tu blog amigo...
Hello Javi
ReplyDeleteVeo que no te animas a deleitarnos con más imagenes de tu periplo asiatico, de momento me tienes en ascuas, a ver donde tienes sentado el culo, espero ver fotos pronto con tus comentarios e incluso ver tu careto por el Skype nos vemos prontooo..